Compostasmas, por Laura Ojeda Bär
Otra Parte semanal, 28 de abril de 2022



El título de la nueva muestra de Carlos Huffmann es una yuxtaposición de dos palabras intuitivamente relacionadas: “compost” y “fantasmas”. Ambos términos aluden al paso del tiempo y a cambios de estado mediante procesos iterativos. Como sostiene la ley de conservación de la materia, la cantidad de materia y energía en el universo es constante, nada puede crearse o destruirse, sólo son posibles transformaciones en la forma de las “cosas”.

Frente a la crisis ecológica que estamos transitando, ya hace varios años que «compost» es una palabra que escuchamos una y otra vez en los medios. Incluso dentro de la producción artística local del último tiempo esta idea dio frutos en diferentes proyectos, como en Mutanti, de Diego Bianchi, ganador del Primer Premio Azcuy, o Dendrita, de Denise Groesman para Móvil, por nombrar un par de ejemplos. Sin embargo, Huffmann parece estar interesado en un uso más abstracto del concepto al nombrar —parcialmente— su muestra de esta manera: cada una de las nueve esculturas en la galería lleva el título de un cuadro fundamental de la pintura argentina del siglo XX.

Al recorrer la sala, compartimos, sin saberlo, el espacio con Figari, Pettoruti, Battle Planas, Quinquela Martín, Xul Solar, De la Vega, Benedit, Berni. Panteón de hombres respetados por sus contemporáneos en su desenvolver profesional, y sobre quienes se construyó el canon que hoy día estamos procesando y repensando. Así, las esculturas de aluminio surgen a partir de la lógica material (y poética) del compost (o del collage y la cita), de la recolección de elementos, fragmentos, e incluso de técnicas que luego de un tiempo de reposo y recombinación generan nuevas obras. Cada una de ellas, emplazadas en su mayoría en el encuentro del piso y la pared, se nos presentan como una superficialidad absoluta. Las sutiles capas de pintura, como el polvo que se posa sobre los objetos inmóviles en nuestras casas, magnifican las sensaciones topológicas de las pequeñas montañas que a su vez son huellas metálicas de los diferentes ensamblajes de objetos encontrados y manufacturados —huesos, globos de diálogo, pastos, alimentos, maderas, clavos, mangueras, tecnología obsoleta, tierra, etcétera— que cohabitan con materiales amorfos como poliuretano expandido, telgopor y arcilla.

La décima obra de la exposición, seis cuadros “apilados” que cuelgan sobre nuestras cabezas, a la altura del entrepiso de las oficinas, presentan otro acercamiento al tema de las superficies: qué describen y descubren, pero también qué esconden. En la tradición de la abstracción, una sumatoria de capas se funde en la superficie de cada una de las telas, una especie de diccionario de los motivos propios del artista: podemos reconocer símbolos codificados como una calavera o un globo de diálogo, además de la paleta de colores y las huellas de la espátula, cada elemento dando cuenta de sus orígenes eclécticos.

El montaje de las pinturas las convierte, a primera vista, en algo cercano a un libro cerrado o a una escultura minimalista; sólo una de ellas está disponible a nuestros ojos y obtura la visión del resto de la serie. El texto de sala nos informa sobre la manera de acceder a estos cuadros: a través de fotografías digitales frontales de alta calidad. En caso de que alguien adquiera uno de estos cuadros, se podrá optar entre guardar la versión física o el archivo digital —su versión NFT—, a la vez que se borrará la imagen analógica y se reutilizarán los materiales para una nueva obra pictórica. El leitmotiv del compost, materia prima y desechos, la creación y la destrucción se encarna nuevamente.

Compostasmas. Junto con los eternos ciclos biológicos y culturales, la idea del fantasma también sobrevuela esta exhibición. En contraposición con la otra mitad del título, es un término más opaco, más ambiguo. Nos habla del medio mismo de la pintura que conlleva en su esencia esta idea: los cuadros de Velázquez, por ejemplo, hoy expuestos en el Museo del Prado, exhiben orgullosos versiones anteriores de sí mismos, una pierna o una pata que se movió, cuando los pigmentos de las capas superiores fueron perdiendo su color e intensidad y dejaron al descubierto sus composiciones originales. También hace presente a Duchamp y su concepción del acto artístico a través de los infraleves, frágiles acontecimientos de lo contingente. Pero todavía más nos retrotrae de manera directa a las ficciones góticas, y a las concepciones religiosas entre cuerpo y espíritu, como así también a relecturas más modernas que reflexionan sobre las superposiciones posibles entre humanxs y máquinas, como el que retrata el clásico de la cultura japonesa titulado (en su traducción al inglés) Ghost in the Shell. Los fantasmas son muchos y diversos, aunque en los últimos años parecen haberse multiplicado con la pandemia, las interminables guerras, las crisis económicas y políticas alrededor del mundo. Por momentos parecen oscurecer el horizonte de posibles futuros, pero ante la angustia de tal prospecto, estas obras conllevan en sí la promesa de nueva vida, nuevas obras, nuevos órdenes, aunque sea sobre los restos de lo conocido.