Aulas, libros, comunidades, por Leopoldo Estol
El Flasherito, 26 de junio de 2020



Nosotrxs crecimos con el imperativo de que el arte debía ser espectacular para salir de un círculo íntimo.

Bajo este sesgo recuerdo a Carlos Huffmann alzando la voz desde la última fila de pupitres en la Facultad de Filosofía y Letras, o Puán como le dice la tribu que abreva en sus claustros. Carlos siempre tenía una duda o una conjetura para hacer, en ese caso el profesor que estaba delante nuestro era Hugo Petruschansky y sus clases eran un torrente de información que no se conseguía en la web (internet tenía grandes huecos en ese entonces) y Hugo viajaba permanentemente, así que ir a su clase a buscar información se transformó en una misión inclusive para gente que no cursaba materias en la UBA, alumnxs de otras escuelas, como era el caso de Carlos.

Será por eso que a fines de febrero de este año tan particular me desplazo en bicicleta desde la redacción del Flasherito hasta el MALBA, porque reconozco en Carlos a un par, habiendo compartido muchas instancias de formación pero también, habiendo visto la mutación de la esfera del arte desde cerca y siendo ciertamente partícipes de esta empresa loca. Carlos presenta su libro, y es un libro ampuloso como suelen ser las ediciones destinadas a documentar arte contemporáneo. Comparten la mesa: Christian Ferrer, Cecilia Palmeiro, Vanina Scolavino y el mismo Carlos. Llego justo sobre la hora, ato la bici al poste de luz y mientras me siento y escucho, veo pasar los camiones de Méndez que se retiran luego de dejar las obras de Remedios Varo. Me deleito solo de pensar esa mudanza. Arranca Palmeiro muy segura de sí misma y con su estilo chispita, habla de la ruina porque en las obras de Carlos las ruinas son un tema recurrente, ruinas que muchas veces tienen computadoras 486 o PENTIUM, cables o libros desparramados alrededor y adentro ese polvo voraz, ese polvo que un día lo comerá todo. Cecilia recuerda el caos del 2001 y postula un estado dosmilunesco de donde la obra de Carlos proviene. Algo que otrora Andrea Giunta había sugerido en relación a un grupo amplio de creadores: la crisis además de hacer bolsa la economía genera una nueva poética. Palmeiro lo sintetiza citando a Donna Haraway cuando dice: “este compost debe generar parentesco”.

Cuando pienso en parentesco pienso en que el arte me ha dado la posibilidad de tener otra familia. Recuerdo los encuentros que compartimos con Carlos en la calle Deán Funes, donde Pablo Siquier nucleaba un grupo de pensamiento muy nutrido y comprometido donde hablábamos de nuestras prácticas, cuando éstas muchas veces no consistían en hacer objetos sino que iban más allá. Esta idea intrigante y bastante nueva para mí en aquel entonces nos llevó a un terreno de experimentación vasto, si bien es cierto también que la oralidad monopolizaba muchas veces la forma de acercarse a la obra y éso creo que fue cuestionado luego con razón. La otra fuga que tenía ese taller era la puerta contigua en donde Ernesto Ballesteros guardaba sus revistas, sus aviones de madera liviana y las enormes superficies de papel donde hacía sus pruebas. Pienso en ese lugar fundacional en un punto, donde el arte para mí dejó de ser un afuera y de pronto sentí que se abría la ventana a un mundo fascinante. Rememoro y postulo el año 2002 como una suerte de renacer y vuelvo a la presentación del libro porque Carlos citó a otro Carlos y me llama la atención ¿quién es ese otro Carlos? Castaneda, ah… sí, lo conozco, el antropólogo wannabe chamán. Castaneda cuenta que el pájaro al volar e identificar alimento, no ve en él a un animal muerto sino que ve una luz.

¿Asumimos lo espectacular? Creo que nunca nos hicimos abiertamente esa pregunta pero fue en secreto un anhelo de todxs, una misión en la que se podría incluir rápidamente a Diego Bianchi, a Flavia Da Rin, a Luciana Lamothe y por supuesto, a Adrián Villar Rojas. Una misión con doble filo, que la Fundación ArteBA supo asumir como propia cuando potenció el Premio Petrobras como instancia pero también cuando hacia finales del 2010 desde su propio marketing comenzó a transmitir la idea de que un paseo por la feria era algo selecto, sensible y cuya experiencia era única. ArteBA entonces se proponía como una experiencia que el resto de la agenda artística no podía dar. Primero porque este acontecimiento era -en efecto- un encuentro regional de hacedores y por otro lado, porque la cantidad de obras distintas bajo un mismo techo replican de manera fractal esa deriva rara que es caminar por un bosque o una ciudad, donde se acumulan un sin fin de singularidades que apelan a una misma categoría y aquí creo que es obvio que la categoría que aflora en el bosque es vida, en la ciudad podría ser cemento y vida y cuando hablamos de feria lo que emerge de todos los rincones puede ser arte. Y a veces es más que arte, a veces es arte y vida y a veces no es ni arte ni vida, esos son los recovecos más tristes y a veces ni siquiera son recodos :_(

Escucho a Christian Ferrer modular sus palabras y de pronto me siento un poco hipnotizado por él. Al principio dice algo obvio pero dicho por él enseguida se vuelve más profundo: “Cada artista tiene un paisaje mental que se forjó en la infancia, uno arrastra de la infancia la indiferenciación de lo alto y lo bajo y eso es algo que nos constituye y nos potencia: los artistas pueden dialogar con muchas cosas. Se mezcla lo sensual, lo vigoroso y lo truculento. El afuera presiona para que el humano abra los ojos. Para que se hagan tajos en nuestro rostro y por ahí se ve.” Nota personal: me encanta esta idea de que el afuera presiona para que nuestro interior se organice, ciertamente refuerza lo que decían Cecilia y Donna: en el compost lo orgánico muerto presiona el límite, es alimento, es fuente de vida para un otrx.

En la presentación del libro Vanina Scolavino habló del trabajo en grupo y propuso al libro como fruto del riesgo colectivo. A todo esto, desde el público la interrumpió Gabriela Rangel -haciendo uso de la impunidad con la que a veces cuentan los recién llegados- preguntó con razón: “Si lo que se presenta es el libro que recopila la obra de Carlos, ¿dónde está lo colectivo?”. Vanina no tardó en ponderar la labor que lleva pensar un libro y darle forma, y estaba en lo cierto al decir que el libro es fruto de mucho trabajo mancomunado, de mucho ida y vuelta pero eso no quitaba del aire la pregunta que permaneció suspendida un buen rato más.

Si tuviese que señalar un momento en la obra de Carlos elegiría La juventud de los ancestros, la muestra individual que hizo en la antigua sala larga de Ruth Benzacar. Voy a ser tajante: las obras escultóricas me resultaron secundarias, no así la colección de retratos de personajes fascinantes que parecían robados de una baraja Magic. La mística se potenciaba en el plano afectivo por un autorretrato en el cual Carlos se pintaba inmerso en el caos creativo de un escritor: con una mesa repleta de libros, un peinado queer futurista y una ficción que se escribía pero que a su vez estaba vedada por los límites del formato pictórico. ¿Cómo es escribir un libro dentro de un cuadro? La muestra estaba dedicada a su abuelo, un desaparecido y en la genealogía ese abuelo secuestrado por el Estado más dark del mundo también era mi abuelo, un abuelo en clave Haraway, que renacía a la luz de esa lucha sin tiempo que es el arte y también, la humanidad.

Y ésto viene a culminar en este ambiguo presente que tiene a Carlos como director del Departamento de Arte ditelliano participando de múltiples conferencias desde el aislamiento de su casa donde revuelve la gran sopa para dar con imágenes de Kuropatwa o Maresca, compañeres víctimas de un virus no tan lejano. ¿Podrá Carlos seguir hilvanando un sentido colectivo y personal? Los recursos con los que cuenta están claros, también deberá librarse del corset que la Di Tella como Universidad para pocos le pueda imponer (sea una realidad concreta o el prejuicio en la cabeza de los demás) y atrás de eso viene el desafío que es ser director de algo. Ser autoridad exige una disciplina elevada, te lleva a ese lugar un poco Michael Jordan, otro poco Juan Román Riquelme: no podés engancharte con una chicana, siempre se trata de elevar el diálogo. Ejercitar tu lado zen, llevar tu disciplina más lejos hará que el colectivo vislumbre los múltiples niveles cognitivos que tiene la formación artística (que va de intentar organizar en pocos minutos un discurso medianamente coherente a hacer payasadas sin vergüenza). Tal vez sea más que una tarea, o un deber que hay que resolver en casa, la pregunta que hizo Rangel en febrero obligándolos a recalcular: ¿qué es lo que construimos entre todxs? Seguramente, entrenados y entrenadas como estamos para sobrevivir lxs artistas saldremos de esta nueva crisis más flacos pero munidxs de nuevas categorías históricas. Estoy siendo irónico. Pasó en el 2001, pasará en el 2020, expertos en compostar podría ser nuestro lema. La cuestión de cómo se reparten nuestras energías, en dónde y para quienes construimos sigue en agenda a tope sin olvidarnos claro está de esa parte tan linda que es ver crecer y hacer arte con lxs demás.