Intento Literario #4. Biodrama
por Carlos Huffmann. Revista Otra Parte, Nº 16, verano 2008-2009


Viví en Cherry Burton, Inglaterra, de los tres a los cinco años, cuando la Guerra de las Malvinas era aún muy reciente. Ante la cordial curiosidad local mi padre blanqueaba que, pese a haber utilizado el pasaporte belga para entrar al país, en cultura y nacionalidad éramos argentinos. En esos años aprendí a emitir sonidos que sonaban al cockney popular de la región, aunque no llegué a manejar el idioma hasta mucho después. Ya en Buenos Aires me pusieron en una escuela francesa pero rapidísimo me pasaron a una escocesa, donde Matemáticas era Maths y Biologia era Biology, Literatura era Lengua y Educacion Física era los lunes y los jueves era Gym. La bibliotecaria me criticó que estuviera leyendo El señor de los anillos en lugar de The Lord of the Rings, una voluminosa edición con grandes ilustraciones en páginas satinadas, los tres libros unidos en un único y enorme tomo, regalo de despedida que me hizo mi psicoanalista al darme el primer alta a los doce recién cumplidos. En el 2003 me fui a vivir por dos años a Los Ángeles, para cursar estudios. Allí mi relación con el ingles adquirió un matiz nuevo: el momento determinante fue durante una fiesta en la cual los reunidos habíamos fumado mucha marihuana farmacéutica, que en California es casi legal. Venía entrenando mi oído desde Buenos Aires a base de hip hop y rap, pero fue esa noche de posgrado y bajo esa influencia que de un momento a otro mi percepción cambió y pude distinguir, con líquida transparencia, cada palabra que el laureado y difunto 2pac Shakur (alias Makavelli) dirigía al grupo de estudiantes de artes plásticas allí congregados. Asinitiendo todos en ondulante unísono, expresamos nuestra completa participación en las ideas musicales y políticas del rapero, atentos de no agitar demasiado la cerveza, mientras que con inesperada claridad se delineaban ante mí palabras que entonces ni siquiera conocía, como gat (pistola), tek (pistola), fo'-fo' (pistola), u otras que no tenían sentido en el contexto en que se estaban enunciando, comopaper (dólares), cheddar (dólares), dead presidents (dólares). 

Siempre intenté leer los libros en su idioma original cuando ese idioma era el inglés. Cualquier otro idioma original lo preferí traducido al, o mantenido en, español. A esto, una amiga escritora me replicó que, por sofisticado que sea el dominio que uno tenga sobre un idioma, nunca es lo mismo que leer en el nativo. Existe un sutil estrato de sentido orgánico, una flora que crece sobre la superficie de las lenguas vivas y que sólo recibe riego con el uso cotidiano y en relación a una cultura. Una palabra inocente puede ser también el título de una canción. Un nombre de pila puede tener asociaciones históricas ineludibles, un barrio que fue escenario de una revolución, el modelo de auto en el que fue asesinado Kennedy, dos hombres que se saludan con un beso.

Las Enseñanzas de Don Juan, un favorito escrito por Carlos Castaneda, lo leí en español a pesar de que fue escrito en inglés. Lolita, en el idioma que eligió Nabokov.