Página 12, 18 de diciembre de 2012
Un conjunto de extraños retratos de los antepasados de un personaje ficticio funciona como motor para construir un mundo paralelo a través de la narración pictórica.
La exposición que Carlos Huffmann (Buenos Aires, 1980) presenta en estos días es una instalación fundamentalmente pictórica –con algunas esculturas/objetos– en la que se pregunta por la construcción de (los personajes de) la ficción. ¿Cómo entrar en esa otra lógica, ni verdadera ni falsa, gracias a la cual se trazan genealogía, pertenencias, relatos, historias? ¿La ficción es un patrimonio literario o también la pintura puede producir ficciones? ¿Cómo se construye la ficción narrativa?
El artista expone una treintena de retratos de mediano formato, muy coloridos, en donde desfila toda una galería de personajes entre pictóricos y de historieta, tomados de las más diversas fuentes. Retratos barrocos, clásicos, paródicos; o salidos de un imaginario infantil y juvenil, saturados de pintura y de simbologías y atributos diversos y múltiples. En esa sobredeterminación simbólica se lee una avidez por significar y dar sentido, como buscando allí el motor de la ficción.
El personaje ficticio que allí nace parece descender de toda aquella galería de ancestros espectrales. En ese imaginado árbol genealógico freak, la estética se deriva de abrevar en la pintura realista, hiperrealista y surrealista; de la abstracción, de la historieta y el manga, del arte conceptual y de los reservorios “naturales” del arte: los museos; pero también ese personaje es hijo de las bibliotecas y los libros. La sobredeterminación simbólica está acompañada de la profusión de fuentes que incluso se neutralizan, pero todo en tono de parodia, donde hasta cierto virtuosismo en la realización busca el disfraz de la distancia paródica y humorística para subsumir todo gesto en la lógica de la ficción.
Los dos elementos que difieren notoria-mente de la galería de personajes freaks son, por una parte, la pintura Retrato del artista como un joven escritor, un autorretrato en una biblioteca/estudio, donde la identificación del artista con el intelectual funciona como otra adscripción posible, en el contexto de las genealogías y atribuciones. En este caso, el carácter ancestral de los libros no resulta una parodia sino un homenaje.
Por otra parte, el conjunto de cinco lápidas de distintos estilos y formas, decoradas con graffiti, dibujos y pegatinas, parecen relacionarse de un modo conmovedor (como deseo de sepultura) al abuelo desaparecido de Carlos Huffmann. El artista redacta en el tríptico de presentación la siguiente dedicatoria: “Para Héctor Hidalgo Solá: un relato y una imagen”.
Tanto el cuadro de gran tamaño como el grupo de lápidas se desmarcan del resto de la muestra por su configuración, escalas, estilos y sentidos. Si una lectura posible de una exposición aconseja entrar a ella a través de los lugares que resultan extraños al conjunto, estas piezas son una puerta ideal.
¿Quién enuncia esta buscada confusión entre ficción y realidad? Podría decirse que proviene del personaje de historieta que ilustra la tapa del tríptico de presentación de la muestra y que, de pie en gesto hierático sobre una montaña de restos y escombros, atrae alrededor de sí un pastiche de representaciones patrióticas, románticas, religiosas, mitológicas, históricas, etcétera.
A su modo, la muestra encierra varios gestos borgeanos, como privilegiar la biblioteca, el universalismo, la autorreferencia ficcional, la cita verdadera mezclada con la falsa; las analogías cruzadas, la lectura en clave; los ancestros, el tiempo, el olvido; la lectura, los libros (los cuadros, el museo) como temas; la hiperrealidad que desborda y confunde realidad y ficción hasta hacerlas fantasmagóricas; el tono paródico, etcétera.
De un modo quijotesco, ficción y realidad se cruzan y confunden en la cabeza del personaje/artista, de modo que en la cita apócrifa que encabeza el tríptico de la muestra se ensaya una explicación: “Cuando se cerraba la puerta tras una amante o un invitado y era devuelto al altar de su soledad, sentía lo mismo que al cerrar un libro y colocarlo en su lugar de la biblioteca. Le resultaba imposible distinguir entre las personas con quienes había estado cara a cara de las leídas en una ficción. No era un defecto de su memoria, su intelecto no encontraba razones para creer que tal discriminación tuviese sentido alguno”.