Radar, 19 de abril de 2020
El joven y prolífico Carlos Huffmann, director del Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella, presenta su primer libro, Extraño gobernante de un corazón, que recopila obras realizadas entre 2003 y 2018. Su trabajo --que incluye pintura, instalación, escultura e lustración-- explora entre otras cosas la relación de lo animal con lo humano y del hombre con la máquina: en el libro queda patente su fascinación por los motores, las ruinas mecánicas y su rara relación con los restos mortales. Parte de su obra también referencia a su abuelo Héctor Hidalgo Solá, el diplomático argentino desaparecido durante la última dictadura militar.
De la boca de un perro de ojos celestes tan claros que impresionan sobresalen colgajos color carne. Otro perro eviscerado yace en un auto desguazado. Hay un lobo envuelto en harapos, y más autos despedazados que alguna vez fueron alta gama. Asoman esqueletos de cosechadoras y de máquinas. Una extraña paloma se posa junto a una copa y un vaso donde se limpiaron pinceles. En un espacio monumental, los huesos de un dinosaurio cortan el aire con una forma inverosímil que alguna vez fue columna vertebral. En ese universo apocalíptico, desde la ventana de un avión asoma una composición fabulosa. Acaso una visión. Son imágenes imborrables del magnífico libro Extraño gobernante para un corazón, que compila las obras realizadas por Carlos Huffmann entre 2003 y 2018. Hoy, al verlas uno no puede dejar de vincularlas con la pandemia causada por el coronavirus.
En algunas obras, Huffmann pone el foco en la tensión entre abstracción y figuración; en la frontera entre materia y representación; en el límite entre línea y figura o diagrama y dibujo. “Esos campos supuestamente antagónicos están funcionando en simultáneo” dice el artista en diálogo telefónico con Radar. “Muchas de mis piezas –añade– conectan algo de lo natural con lo humano como categorías que se disuelven en mi cabeza. Pienso en esos autos cuyo motor se está transformando en algo orgánico, biológico”.
Una operación conceptual de este tipo se evidencia en su gran escultura pública realizada en la Semana del Arte el año pasado, cuando coincidió con Art Basel Cities: Buenos Aires. Un armadillo descomunal deviene figura ecuestre imponente montada en un auto destruido. Huffmann tensiona y subvierte las categorías relativas a lo humano, lo animal y lo inanimado. “Es interesante visibilizar las formas en las que el humano es un animal y en las que las actividades del ser humano son actividades de la naturaleza. Uno podría pensar que lo que hacemos no es muy diferente de la forma en la que las abejas hacen panales o los castores represas”, dice Huffmann. Y agrega: “Cuando en mis trabajos aparece lo animal y la ruina mecánica, es un poco para pensar esa especie de zombie híbrido entre nuestros aspectos animales y nuestros aspectos más vinculados con el lenguaje, lo más particular de lo humano”.
Su fascinación por los libros empezó desde chico: su bisabuelo es el fundador de la reconocida editorial y librería El Ateneo, donde a los 6 años seleccionaba libros con imágenes e historietas japonesas y norteamericanas para llevarse a casa. “Me marcó mucho en la relación con el libro como algo precioso y valioso en un sentido amplio del término”, cuenta.
Empezó muy pronto a dibujar y a bucear en el mundo del arte. En su caso, el dibujo siempre fue una forma de pensar los temas que le apasionan. Con sólo 15 años sumó a esas imágenes de historietas otras del modernismo y del arte contemporáneo: imaginó cómo serían esas formas mixtas entre el arte popular y el arte legitimado. “Me pareció que esas categorías jerárquicas eran absurdas y que uno podía imaginar un lenguaje que tuviera esa clase de atractivo popular como son las historietas, con toda la ambición que tiene la alta cultura”, dice el artista. Ese impulso que lo marcó en sus inicios hoy sigue intacto: indaga en soluciones híbridas para esa tensión entre aparentes opuestos.
Su trabajo incluye pintura, dibujo, escultura, mega instalaciones, fotografía. Escribió textos periodísticos, de sala, en catálogos y en libros de artista. Amante de la experimentación, es artífice de una obra singular y potente. Huffmann estudió economía y tiene un master en arte en el CalArts, en Los Ángeles. Es director del Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella. En paralelo con sus estudios de economía, participó en talleres con Mónica Giron, Diana Aisenberg y Pablo Siquier (junto con Diego Bianchi y Leopoldo Estol). Expuso en galerías y festivales de EE.UU., México, España y Chile, entre otros países.
En 2014, montó Relicario de Caballito –un descomunal brazo de concreto con la mano extendida— que ocupó la totalidad de un gran galpón que había funcionado como desarmadero clandestino de autos. Con ese fragmento de monumento fuera de escala, Huffmann se propuso generar un vínculo entre el galpón –como relicario– y ese objeto –como reliquia– cuyos materiales y textura eran muy similares a los del galpón. La obra evoca la historia de la violencia institucional en Argentina. Como otros trabajos suyos, remite a su abuelo, Héctor Hidalgo Solá, diplomático argentino, afiliado a la Unión Cívica Radical, desaparecido durante la dictadura militar. Fue secuestrado el 18 de julio de 1977 cuando vino a Buenos Aires para la boda de su hija, la madre del artista. Fue visto en la ESMA y permanece desaparecido.
Ese perro con ojos cristal espeluznante —disciplinado por la especie humana y hasta modificado genéticamente— condensa, para el artista, la idealización de la naturaleza. Huffmann tomó la foto de ese can vampiro en el campo, donde va desde chico. “La violencia, que generalmente atribuimos a algo exclusivo de la esencia humana, en la naturaleza se encuentra muy fácilmente”, señala.
El suyo es un trabajo de contante apropiación y resignificación. Hechas con materiales encontrados –varillas de alambrado descartadas, huesos, maderas, colillas de cigarrillos, fragmentos de vereda, arena de la ciudad– sus esculturas son fabulosamente hipnóticas y al tiempo despojadas. El libro –que incluye textos de Florencia Qualina y Graciela Speranza– contiene un bello folio con obras pintadas sobre revistas con publicidades de autos lujosos. Promesas de potencia, poder y liderazgo. Las intervenciones son certeras: reconfiguran la publicidad incluyendo personajes y objetos que crean una nueva lectura. No hay coalición. Un Audi R8 rouge ahora lleva una cruz de madera que ocupa el capot y el parabrisas. A su paso fugaz, las liebres huyen despavoridas; un zorro agazapado mira sagaz. ¿Quién es el jefe? interpela la publicidad del Mustang Boss 302. Frente a la serie de autos alineados –Audi, Mercedes, Ford Mustang, BMW– Huffmann plantó un monoblock que no llegó a terminar de construirse y que ya está habitado. Entre Ferraris, Aston Martin y un hiperlujoso Bentley, irrumpen figuras monstruosas, guiños surrealistas, humoradas.
Después de los autos de alta gama, fotografió vehículos de carrera del Rally Dakar. “Me parecía muy surrealista porque el camión es un vehículo diseñado para el trabajo y el remolque. No para la velocidad, el lujo ni la demostración de poder —cuenta—. Entonces empezó a aparecer esta idea del trabajo que hacen las máquinas por nosotros. La cosechadora es como un animal de trabajo o una extensión de nuestra capacidad de trabajo”.
Su serie de los camiones se titula 12 jinetes para 3 finales, en alusión a los 4 jinetes del Apocalipsis. “Es una especie de continua rueda de sensación del fin del mundo y de comienzo de otra cosa. De fin de ese mundo nuevamente y así...Una especie de estado zombi en el que nos encontramos”. Aquí y ahora, en tiempos de pandemia, habrá que esperar para dilucidar si habrá una tregua o incertidumbre infinita.