Huffmann: el arte como via regia a la intuición y el saber, por Ana Martínez Quijano
Ámbito, 18 de diciembre de 2012


La galería Ruth Benzacar inauguró para culminar el año «La juventud de los ancestros», una muestra de retratos pintados por Carlos Huffmann. El tema de la exhibición es «el personaje», motivo de una investigacion del artista sobre el valor de la obra de arte como vía de acceso a la intuición y al conocimiento.

Con el montaje clásico de los museos, los retratos en cuestión, realizados con técnicas y formatos tradicionales, se suceden uno tras otro. Así, los distintos rostros recuerdan otros rostros, y esa resonancia activa la memoria del espectador.

Los personajes, muchos de ellos ficticios, según aclara el pintor, movilizan, ya sea por los parecidos de sus facciones o las semejanzas de los gestos, por el carácter psicológico o el lugar al que pertenecen, la memoria cultural del que mira. Conocer o, más bien adivinar, la identidad de los retratados, se adivina como una posibilidad inminente que genera cierto suspenso. El aire familiar de los personajes de Huffmann, como los de las fotografías de Cindy Sherman, suscitan el deseo de recordar y descubrir quién está en la génesis de los retratos. Sherman ganó su fama con los fotogramas de películas que nunca existieron, con su capacidad para movilizar recuerdos referidos a los gestos y los personajes arquetípicos del cine.

«Casi todos los retratos son de gente que no conozco personalmente o que ni siquiera existen», aclara Huffmann. Los sujetos que habitan sus pinturas provienen del ámbito artístico y también del literario, de un territorio donde la realidad y la ficción se cruzan y donde crecen las dudas sobre lo genuino y la copia.

Al hablar sobre el «personaje», Huffmann observa: «Es un ser cuya validez parece ser igual o mayor que la de una persona real. Me llamó la atención durante mi investigación, que la mayoría de los personajes sean híbridos, que se mezclen con otros personajes y a veces con personas reales».

En parte, el concepto de la muestra se aclara con el «Libro de filosofía imaginario», un libro que en realidad no existe, salvo en el relato. Huffmann pensó en una novela escrita por un autor apócrifo(quizás el personaje de pelo blanco-rosa que se encuentra en el fondo de la sala). «Imaginé este libro como una saga en la cual aparecen como personajes todos los antepasados del autor, hasta los hombres de la prehistoria», sostiene. De este modo explica la diversidad de los carácteres y el factor que tienen en común: su parentesco con el escritor de la novela.

«Las posibles narraciones que surgen de cada cuadro son importantes para mi, pero como potencialidad. No hay una narración correcta, o premeditada», afirma el artista. En efecto, los datos y la información no hacen otra cosa que alimentar fantasías. «Me gusta cuando en una novela te cuentan sobre un cuadro que no existe. Es el proceso inverso al de mis retratos, porque con mis cuadros estoy contando una narración también inexistente».

Borges describe la magia de un cuadro inexistente, cuando le dedica un poema al pintor Jorge Larco que muere, y no llega a regalarle el cuadro que le había prometido. Sobre la pintura inexistente, escribe: «ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno. /Existe de algún modo. Vivirá y crecerá como una música, y estará conmigo hasta el fin. Gracias, Jorge Larco, por haberme regalado este cuadro».

Desde los aspectos visuales, gran parte de los retratos se perciben distantes, lejanos en el tiempo. La única excepción es una jovencita que mantiene sus ojos cristalinos y su mirada alucinada, extraviada, clavada en el espectador. Su cara está pintada a lo largo y a lo ancho con unas bandas rojas de sangre que conforman una cruz.

Como el resto de los personajes su visión sacude la memoria, ella trae los ecos de la oscuridad romántica y de todo aquello que la vida posee de nocturno y atroz. Para subrayar el carácter mortuorio y dramático, hay en la sala un conjunto de lápidas sin más textos que unos salvajes graffiti.

En el fondo de la sala, más allá de las lápidas se divisa un inmenso cuadro, «Retrato del artista como un joven escritor», la única obra que, por sus colores luminosos, su gran formato y el ambiente que rodea al personaje, presenta los rasgos definidos de la contemporaneidad. Consultado sobre el tono autobiográfico de la pintura, reveladora además de la formación de Huffmann, un joven criado entre los textos de una librería familiar que dedicó la muestra a su abuelo desaparecido en plena dictadura, Héctor Hidalgo Solá, el artista responde:»Es una falsa muestra de retratos, una ficción sobre el panteón de antepasados de un autor apócrifo. Todos los cuadros apuntan a un yo que también es otro». Finalmente, acaso esta muestra y su danza fantasmas, libere, como un exorcismo, a Carlos Huffmann del peso y el patetismo existencial que hoy rodea al artista, retratado como un joven y feliz escritor.