por Carlos Huffmann. Otra Parte Semanal, 7 de julio de 2016
En su primera muestra individual en Barro, Diego Bianchi dividió por la mitad la gran sala expositiva de la galería boquense mediante una pared de chapa acanalada semitranslúcida. A ambos lados, instaló una nueva generación de sus características “esculturas performables”, ensamblajes hechos mayoritariamente con materiales de descarte que pueden o no ser activados mediante performers, que realizan con ellas una acción predeterminada. La pared, que replica la materialidad clásica de las fachadas del barrio circundante, actúa como frontera permeable, como membrana: es posible cruzarla ya sea arrastrándose por debajo de ella o pagando cincuenta pesos para que un agente abra una puerta y permita así evitar ese pequeño dispendio físico. Esta configuración propone, de manera implícita, que es una experiencia válida de la muestra no cruzar y experimentar sólo las obras que están del lado directamente accesible por la entrada de la galería, sobre la calle Caboto.
El espacio expositivo está dividido en una mitad popular y otra más exclusiva. Una pintada a la cal utiliza la caligrafía característica de los murales proselitistas para publicitar los nóveles productos que deberían desembarcar en nuestro país gracias a la liberación de las importaciones. La mitad popular tiene una clara temática policíaca, con garitas, performers de cara a la pared con sus manos tras la espalda, sirenas y destellos de luces led como las utilizadas por los patrulleros. En la mitad exclusiva, en cambio, hay entre las obras incluidas una que ilumina mediante una bola de espejos y otra en la que una escultura le sostiene cigarrillos encendidos a un performer cómodamente sentado. Una pila de telgopores, sostenida precariamente por otro performer, parece una metáfora de la insostenibilidad de una industria nacional subsidiada y deficitaria en dólares. El muro divisorio sugiere que “la grieta” es una ficción agitada desde los poderes para estructurar las tensiones de una sociedad: al fin y al cabo, las dos mitades de la sala están pobladas por obras de Diego Bianchi.
Sin embargo, la opción crítica es optar por no cruzar el muro y permanecer así en contacto directo con el exterior de la galería. El muro de exclusión no hace una separación “estético-antiestético”: lo que hay de ambos lados es arte. No hay dos territorios enfrentados dentro de la galería ni las diversas esculturas pretenden, en sí mismas, denunciar los dramas de la sociedad. Lo que Shutdown pone en relieve, con su inventario de materiales y temas importados de las inmediaciones de la galería que la alberga, es esta última como territorio enfrentado a los intereses de los habitantes del barrio, el arte como mascarón de proa del proceso de gentrificación que está transformando a la Boca circundante. En las noches de inauguraciones, una trama de luces led montadas sobre patrulleros reales sirven de faros para que el público de artes visuales pueda navegar las calles de este barrio —no precisamente notorio por su seguridad— y visitar sin sobresaltos las diferentes salas de exposición que han abierto allí sus puertas en los últimos años. Shutdown ensaya una inversión en las ideas sobre el adentro y el afuera tanto en términos estéticos como arquitectónicos, económicos, políticos y discursivos.
La literalidad en la manera en que se estetiza la continuidad entre consumo y desecho pone en liza la cuestión de si es posible hacer una crítica legítima del capitalismo mediante metáforas objetuales que son producidas, consumidas y distribuidas dentro de un sistema de transacciones perfectamente integrado al que se pretende estar criticando (ni las performances ni otras obras de carácter más efímero sortean indemnes este obstáculo). La obra de Diego Bianchi es a menudo irritante porque parecería haber una tensión entre su temática social y la actitud por momentos celebratoria de su obra. Shutdown, un título made in USA, parece referirse no tanto al aumento de las tarifas de la luz, sino al final de una era en la que se llegó a conformar una “Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional”, ostensiblemente para desarrollar un metalenguaje desde el cual denunciar la contaminación colonialista del lenguaje ordinario. Exponer la galería como herramienta del mercado inmobiliario es una manera de plantear que el arte tampoco puede asumir ser un metalenguaje, y que si pretende poseer capacidad crítica y transformadora, debe poner en escena sus múltiples complicidades.