Son y no son. Sobre Diego Bianchi
por Carlos Huffmann. Radar, 28 de diciembre de 2008


Formas que no buscan una forma, materiales que parecen encontrarse aleatoriamente con otros, objetos hechos de basura, esculturas del desperdicio: la nueva muestra de Diego Bianchi expone una búsqueda de la no forma como una reacción a toda una ideología artística y la sensibilidad que ella conlleva. Por eso, Las formas que no son, sí son pequeños monumentos al desecho, una crítica al mundo y una celebración de eso que desde niños nos enseñan a descartar. 

Mencionar las formas que no son es tan absurdo como hablar de lo antinatural. Nada que es puede no ser, y la distinción entre el mundo de lo natural y el de lo artificial es arbitraria si consideramos al planeta Tierra como un sistema del cual la humanidad es partícipe. Al titular su más reciente muestra individual, en la galería Alberto Sendros, Las formas que no son, Bianchi parece dirigir nuestra atención a este criterio de discriminación entre lo que se considera con forma y lo informe. Una forma que “no es” está siendo ponderada por una ideología. Como se explica en el texto L’informe de Georges Bataille, informe no es sólo un adjetivo con un significado sino que es una palabra que sirve para habilitar la desvalorización.

A diferencia de sus instalaciones anteriores, en esta muestra el artista presenta una serie de esculturas relativamente independientes entre sí, ensamblajes más o menos complejos de objetos orgánicos e inorgánicos que asocia de manera no jerárquica. En vez de elegir familias de objetos y fragmentos de objetos para tematizar un mundillo fabuloso y perturbante, pone una lente sobre las operaciones con las cuales construye su idioma. La pregunta sobre la escultura se formula, pero está claro que el interés de las piezas no radica en las soluciones formales halladas sino en el criterio subyacente a la hora de seleccionar materiales y las maneras de encastrar, copular, embarrar, soldar, pegotear, clavar, incrustar, asociar, disociar, destacar y comparar un elemeto con otro.

Por momentos las piezas parecen parodias trash de las prácticas escultóricas abstractas de Enio Iommi o Constantin Brancusi, pero la ausencia total de virtuosismo técnico enfatiza la disonancia. Tampoco se trata de una misteriosa cosmética del caos a la manera de Marcelo Pombo. La intención es abstracta, resulta muy difícil empatizar con objetos tan alienados. La simpleza con la cual son trabajados los materiales y los objetos les permite a éstos conservar su identidad mundana evitando así la idealización moralista.

El criterio de construcción es heterogéneo. Las asociaciones entre objetos son sistemáticamente arbitrarias, buscando fortalecer esa tensión: una torta de cemento cubierta de cáscaras de huevo; una rama tiene cachos amorfos de pan colgando; un palo cubierto con cemento metido dentro de una bota de taco alto; un pepino adherido a una nube de virulana mediante una capa de yeso; un árbol de Navidad pintado con brea en diálogo con una hoz de fibrofácil calado. Sería erróneo catalogarlos como gestos expresionistas ya que se trata de maniobras anti-conceptuales, antilinguísticas. La búsqueda de crear una no-forma es una declaración de guerra a cierta ideología y su sensibilidad derivada. Esculturas hechas con basura, o escultura-basura: se hallan en un punto intermedio en el cual lo que está en cuestión es la categoría misma del objeto sin uso ni valor. Son a la vez producción cultural sin dejar de ser excreción del diarreico sistema productivo-consumista. Las piezas son como pequeños monumentos a la entropía, a la vez celebración y crítica.

Durante la inauguración, el artista se acostó en una plataforma suspendida del techo e introdujo su trasero desnudo en un agujero preparado para ese fin. Así el culo asumía el rol de ojo creador y supervisor del trabajo. Matthew Barney habla del esfínter como la protoherramienta escultórica, pero a la vez el artista busca una redención filosófica y no tanto una interpretación psicoanalítica. Peter Sloterdijk asegura que el culo es el plebeyo, el demócrata de base y el cosmopolita elemental. Y va más allá: argumenta que la desvalorización represiva de la caca en el infante es la que nos hace inconscientes de nuestra producción de basura en el plano social, y por lo tanto capaces de sostener un sistema donde el gesto de consumir y el de deshechar es prácticamente simultáneo. Pensar con el culo o al menos reincorporarlo a la mente expandida que es el mapa del cuerpo tendría entonces como consecuencia no una debacle cloacal, sino una integración del mundo que ha sido excluido mediante la represión higiénica.

Hay una idea de belleza en el trabajo, un placer en el recorrido de la muestra: en la jungla propuesta, en la textura tridimensional que resulta de juntar muchas masas extrañas, dañadas, intrincadas, pinchudas, podridas, en un espacio pequeño. El espectador debe recorrer atento para no lastimar las esculturas, a menudo frágiles, ni lastimarse a sí mismo con piezas punzantes, como un cuerpo humanoide engastado de vidrios rotos cual cornisa de muro lindero. Recorrer la muestra es aventurarse, internarse en un urbanismo baldío, embellecido por las complejas texturas que se apropian y reparten aquellos espacios vaciados de intenciones humanas.

Inmundo es aquello que no pertenece al mundo por no tener belleza. Nuestro mundo es el catálogo de palabras e ideas que aceptamos cotidianamente. Las formas que no son dirigen nuestra mirada al abyecto infinito desconocido que nos rodea, y que está esperando su turno para ser.