por Carlos Huffmann. Radar, 29 de marzo de 2009
Una sala completamente a oscuras. Una serie de imágenes de luz que parecen levitar en la nada. Y el desconcierto de no poder verlas todas juntas. En Astronomía de Interior, Ernesto Ballesteros explora la correlación que esconde el universo entre las verdades de las ciencia y las de la experiencia espiritual.
Existe un jardín seco en el templo zen Ryôan-ji donde hay 15 rocas de diferentes formas. Están organizadas de modo que desde cualquier punto de observación una de ellas permanece fuera del campo visual. Ver la decimoquinta piedra durante la meditación es la consigna dada a los discípulos que se entrenan en el templo. Estas rocas coloreadas por el musgo recuerdan montañas o islas, y el parque de piedritas rastrilladas que las contiene parece un mar y su oleaje. Algo en el heterogéneo criterio con el cual los elementos están ordenados transforma las escalas.
Ernesto Ballesteros es un artista que, como esos discípulos, también explora esa relación secreta en las escalas del universo. En sus trabajos, investiga el potencial de expresión poética de acciones y objetos construidos a partir de premisas y métodos inspirados en la metodología científica. Pasa horas trazando círculos de grafito del diámetro que le permite el largo de sus brazos, organiza vuelos de pequeños aviones en interiores que hacen palpable el pilar de aire contenido por la arquitectura, consigue monocromos hechos con lápices de colores aplicados en incontables capas. Pero combina el rigor de sus procedimientos con una fe intuitiva en la conexión entre verdad e inocencia. Dice el I-Ching: “Allí donde se nota la intención, se pierde la verdad y la inocencia de la naturaleza”. Las ingenuas herramientas elegidas por Ballesteros para sus experimentos evalúan la consistencia interna del universo: la lógica por medio de la cual lo muy pequeño se parece a lo muy grande.
En el libro El Tao de la Física, de Fritjof Capra, se discuten los paralelismos entre la cosmovisión de la física cuántica y la de diversas tradiciones filosóficas del pensamiento oriental. Ballesteros comparte ese optimismo ante la posibilidad de hacer convivir las verdades “duras” de la física con aquellas de la experiencia espiritual. Pero el artista no se detiene en admirar estas fascinantes coincidencias sino que las pone en escena, las verifica con su experiencia.
Al visitar Astronomía de Interior tardamos en acostumbrarnos al contraste entre el luminoso patio interno del Centro Cultural Recoleta y la oscuridad casi total de la sala de exposición. En ella encontramos un número de fotografías impresas en gran tamaño, integradas a un espacio tapizado de estricto negro. Las imágenes parecen ser el resultado de largas exposiciones del material fotosensible a fuentes de luz en movimiento: lamparitas, trompos y juguetes a pilas. La iluminación de la muestra borra el límite entre foto y pared. Nuestra visión periférica solo percibe un campo de oscuridad indiferenciada donde las imágenes parecen levitar. El resultado es a la vez íntimo y pavoroso: un niño juega con linternas bajo las sábanas y se desata un cataclismo astronómico a miles de años-luz.
Como ocurre con las rocas del jardín de Ryôan-ji, las fotografías no se pueden observar simultáneamente. Si uno recorre la muestra sin un espíritu curioso es casi seguro que no las encontrará todas. Así fue que durante la inauguración el público discutía sobre el número real de imágenes. Astronomía de Interior entonces adquiere dos lecturas: el nivel literal de ser una noche espacial dentro de un edificio, y el de una astronomía como práctica de investigación y voluntad de descubrimiento subjetivo. Lo que el arte pueda proveer como experiencia valiosa depende tanto de la capacidad del espectador como de la del artista, ya que sin la primera no hay tierra donde el sentido pueda germinar. La negrura de la sala nos hace invisibles inclusive a nosotros mismos, somos cercanos al ideal imposible del espectador objetivo. Esta ambientación extraña y un poco incómoda nos pone en un estado ideal para que la conciencia pueda tejer despreocupada y alternar entre el objeto fragmentario y el infinito translúcido. A la mentalidad racional le cuesta admitirlo, pero desde Einstein, Heisenberg, Planck y amigos, la ciencia nos volvió a dejar de cara al misterio; la materia más opaca es energía, y todo experimento es con uno mismo. Esta no es una muestra de fotografía, tampoco una instalación ni una atracción de feria de ciencias. La práctica de Ballesteros es una astronomía en el sentido de que se ubica en el planeta del arte y dirige su mirada al universo que lo contiene.