por Carlos Huffmann. Otra Parte Semanal, 14 de julio de 2016
Cómo me hice en monja es una muestra de pinturas en la cual Laura Ojeda Bär investiga la cuestión del arte como un trabajo. El texto ploteado sobre la problemática vidriera de la galería es una mezcla de extracto de diario íntimo y agenda de trabajo, en el cual se lee una serie de tareas que la artista debe cumplir en lo que asumimos son los días laborables habituales de su vida. Entre estas se intercalan actividades que debe realizar como asistente de Pablo Siquier con recordatorios de actividades más personales y los preparativos para esta misma exposición. Las obras expuestas en la galería Pasto incluyen pinturas basadas en fotografías que retratan situaciones cotidianas y dos pinturas que refieren de forma explícita a su trabajo como asistente: un cover en clave expresionista de un cuadro de su empleador y una versión exactamente igual a la original, una especie de cameo de Siquier en una muestra de Laura Ojeda Bär. Aquí es donde la cosa se pone compleja.
El Siquier expuesto en Pasto no es el original, el dueño de esa pintura se negó a cederla. Para remediar esta situación, la artista lo repintó comprometiéndose a destruirlo después de la muestra. Lo que pone toda la muestra en una especie de acople conceptual es el hecho de que Ojeda Bär es la ejecutora manual tanto del Siquier original —que permanece colgado en alguna casa elegante de Buenos Aires— como de este Siquier apócrifo. La remake expresionista que está colgada a pocos metros de este cuadro-doppelgänger adquiere características discursivas en su diálogo con esta operación, y es tentador ponerse a especular sobre qué producirían de encontrarse solos en una misma sala la pintura condenada y este pequeño homenaje, ofrecido al público como “un Ojeda Bär auténtico”.
Las otras pinturas retratan la cotidianeidad del taller ubicado en la zona de la calle Warnes donde Ojeda Bär asiste diariamente para pintar los cuadros de Siquier que le permiten vivir y tener recursos económicos para producir más cuadros, los propios. El interés de esta muestra reside en que al poner el foco en el arte como campo laboral, con empleadores, empleados y un mercado que los contiene, revela las pinturas como la mercancía que produce esta industria, todavía incipiente en nuestro país. Pone en escena la trastienda de problemáticas concretas a las que se enfrenta una persona que se propone ser artista, y los condicionamientos a los que estarán sometidas ella y su obra a causa de las particularidades de su situación económica. La imagen idealista de que alguien puede “ser” un artista más allá de su circunstancia no tiene lugar en Cómo me hice monja. Aquí se retrata el continuum pragmático de trabajar para un artista como plataforma para poder trabajar de artista.
No queda del todo claro en qué medida la obra de Ojeda-Bar está comprometida con investigar este modo de producir sentido, con la pintura oficiando como el certificado de presentismo de su particular campo laboral. Tal vez se trate de un paso investigativo hacia otro tipo de producción, quizás algo en la curaduría que nos permite ser concluyentes. Más allá de este interrogante, la muestra propone un modo de exponer de forma no metafórica algunos mecanismos de nuestro sistema del arte y habilita una inspección de ellos.