Parlamento de Carlos Huffmann en las Sesiones Extraordinarias de arteBA 2021
MARCELA SINCLAIR: Tiene la palabra ahora el parlamentario Carlos Huffmann.
CARLOS HUFFMANN: Hola a todos, todas, presidenta. Fui convocado para aportar alguna pastilla difícil de tragar. Lo voy a intentar con el ánimo de decir alguna cosa que pueda tener un efecto positivo, que aporte algún tipo de camino de apertura en el pensamiento.
Voy a empezar investigando un poco la palabra Mercado. Una palabra que flota en el aire cuando uno la dice. Es una de esas palabras que están muy afectadas, dañadas inclusive, por el régimen discursivo vigente, que hace que los conceptos que usamos se usen más para definir pertenencias, amigos, enemigos, que para la construcción de ideas complejas que den cuenta de esta “construcción social realmente existente” en la que estamos viviendo. En su plenitud, decir “el mercado” debería ser algo tan grande como decir “la gente”, “el pueblo” o “la sociedad”. Todas estas palabras son generalizaciones enormes y útiles para el pensamiento siempre y cuando las utilicemos como lo que son en su origen: palabras complejas y generalizaciones con sentidos específicos y utilidades específicas. Cuando decimos mercado en el contexto de las discusiones sobre cómo los aspectos económicos influyen sobre lo que podríamos llamar la práctica artística, pareciera estar implícito que “el mercado” es una especie de objeto compacto, sociológicamente homogéneo y que sistemáticamente ejerce una violencia unidireccional sobre lo que llamamos “los artistas”. Pero me gustaría sugerir que los artistas somos el mercado, en tanto agentes protagónicos y fundamentales de la oferta. Me pregunto entonces ¿cómo sería deseable que los artistas vivamos dentro de este mercado al cual pertenecemos? En primer lugar hagamos un relevamiento: El mercado incluye a los coleccionistas, compradores de arte (que no son lo mismo, hay una distinción muy interesante para hacer, si estamos analizando sentidos de palabras), galeristas, los artistas, los curadores, los críticos, los directores de museos, los ministros, subsecretarios de cultura. Obviamente muchos de estos agentes necesitan desdibujar un poco su rol dentro del mercado por cuestiones obvias de conflicto de intereses, pero en los hechos todos son componentes inalienables de lo que es el mercado. Parafraseando a un célebre escritor argentino, podemos decir que “nadie es el mercado pero todos lo somos”. Isabelle Graw, una académica alemana que piensa el arte utilizando un marco teórico bien materialista, dice que los investigadores que se especializan en el estudio del neoliberalismo deberían prestarle particular atención al mundo del arte porque no existe otro mercado tan radicalmente desregulado como el nuestro. Es por esta falta total de regulación que el mundo del arte y el mercado del arte comparten mapas prácticamente idénticos. El año pasado escribí un texto donde hablaba de la cuestión de los pesos y de los dólares en relación con cómo definimos el precio de las obras de arte. Cómo lo “denominamos”: Qué nombre le ponemos al precio. Argumenté en ese texto que era importante volver a pensar la posibilidad de que los precios estén denominados en moneda local, o sea, pesos. Sin subestimar dificultades, ofrecí algunas propuestas para que sea viable. Hoy me gustaría decir algo sobre los precios, pero más precisamente sobre los componentes que sostienen y modifican el precio de una obra de arte. En primer lugar dejemos asentado algo que a riesgo de que no sea obvio lo diré de vuelta: El valor axiológico, o sea el valor en sentido trascendental de una obra de arte es potencialmente infinito, completamente inestimable. Inclusive una obra de menor categoría, llamémosla “mala”, cumple un rol importantísimo en el ecosistema de efervescencia cultural necesario para la supervivencia de nuestra especie. Como es un bien de valor incalculable, en el momento de ponerle un precio nos vemos forzados a acudir a algún tipo de arbitrariedad, porque no hay forma de que ese precio se condiga con el valor real. Hagamos entonces al revés, e imaginemos un dibujo que consiste en unos pocos miligramos de grafito sobre una hoja de papel A4. Su precio es 200.000 pesos, o sea seis salarios mínimos de nuestro país. Si sumamos el costo de estos pocos miligramos de grafito al de una hoja A4, le concedemos un 30% de margen de ganancia, difícilmente lleguemos a una fracción ínfima de este número. ¿Cómo podemos explicar esta distancia extrema entre la estructura de costos y el precio de venta de esta mercancía? Bueno, la respuesta no es un gran secreto, el componente clave, casi diría el único componente del precio de una obra, de estos 200.000 pesos, es el componente especulativo. La totalidad de ese número encuentra su justificación en la promesa de que ese objeto encontrara un valor de reventa futuro igual o superior al precio de compra. Con esto llego a mi primera recomendación, presidenta, es conveniente pensar el precio de la obra como un precio de venta, no como una medida de valor. Cuando digo precio de venta me refiero a un precio que sea plausible. Que me permita vender una obra hoy y vender una obra mañana. Hay que evitar hacer ajustes a la baja de los precios de las obras porque esto da señales de inconsistencia en nuestras proyecciones a futuro. Las obras de arte tienen que crecer bien, es conveniente saber dar buenas señales de nuestro compromiso con la práctica artística, nuestra intensidad de sentimiento, y sobre la integridad material de la obra que ofrecemos. El arte contemporáneo es una práctica maldita del capitalismo, y por lo tanto inextricable del mercado.
Me gustaría cerrar mi presentación sugiriendo un pequeño acto de magia. Cambiar la palabra que utilizamos para hablar de todo este fenómeno, para intentar de alguna manera ampliar un poco a su complejidad y acercarlo a su profundidad real. Propongo reemplazar la palabra “mercado” por una palabra que se usa alternativamente aquí en Buenos Aires: la palabra “plaza”. Se habla de la plaza inmobiliaria, la plaza de divisas. Cuando estemos intentando abordar esta cuestión pensemos en cómo podemos hacer para vivir todos un poco mejor dentro de esta plaza del arte, que hoy y aquí nos reúne. Muchas gracias.
EL PÚBLICO aplaude.
MARCELA SINCLAIR: Muchas gracias representante Carlos Huffmann.